Por Marcelo Figueroa para el IDGCE
En la presentación, Luis Liberman director del IDGCE expresó que estos seminarios proponen -entre otras líneas de reflexión- que es necesario pensar el futuro resolviendo el presente. En este sentido, y de cara al inminente Sínodo de la Amazonía, entiende que la comunicación requiere de una antropología ecológica que genere esperanza y que sea construida entre todos.
En la primera parte de su exposición Monseñor Ruiz afirmó que la tecnología, la economía, los gobiernos han sabido desarrollarse y crecer, pero no han sabido crear una cultura enfocada en lo humano y lo ecológico que acompañe ese desarrollo. Es necesario comprender que aquellas progresaron para si mismas, sin tener en sus objetivos al hombre. Esto se demuestra en las consecuencias para toda la humanidad del daño provocado en la ecología que se pudo prever, pero no se hizo. Como dice el Santo Padre, Francisco: “No hay ecología sin una adecuada antropología”. Lo mismo es aplicable a la economía, la justicia, el trabajo, el arte, la arquitectura, la tecnología, etc.
Lo que se dañó con una humanidad que “la pensó” mal, no se puede resolver sin una humanidad nueva, sin rehacer el pensamiento humano. Si el problema ecológico es provocado por el hombre, no se puede resolver con una acción tecnológica. Se requiere un nuevo abordaje desde la cultura, la educación, del análisis político y una economía que haga un camino inverso al hecho hasta ahora. El papa Francisco también dice que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social”, en donde la crisis es una sola porque es una crisis del hombre el cual no supo gestionar su propia realidad compleja. El análisis de la situación humana no se puede hacer de manera separada sino de manera circular. La vida se debe entender como un sistema integral organizado por la inteligencia, la voluntad y que ser requiere una interacción entre todos para resolver los problemas de la humanidad.
En la segunda fase de su presentación, acercó reveladora información que ayuda entender la necesidad de un cambio tecnocrático que no se asimila a lo tecnológico. La tecnocracia sigue el ritmo y camino trazado por la economía y por el poder y que por lo tanto no buscar estar al servicio del hombre. La tecnología forma parte de lo que somos como seres humanos que tenemos capacidad de transformar la realidad humana y la naturaleza y no a la inversa como lo hace la tecnocracia. En definitiva, entre los seres humanos y la naturaleza no hay “terceros” tecnológicos “inteligentes” condicionantes. La tecnología debería ser el “qué hacemos” para transformar la realidad, pero con la particularidad de ver además el “cómo lo hacemos” porque debemos agregar cultura que determine esa elección. Es necesario preguntarnos por ejemplo ¿qué tecnología usamos? ¿para qué? ¿de qué manera? y hoy muy especialmente ¿quién tiene acceso a ella? Estos interrogantes son pertinentes porque la tecnología puede no solo afectar la realidad sino, y especialmente formarla. La tecnología no es un instrumento ni tampoco es neutra desde el punto de vista ético, porque no se crea sola, sino por la mano humana y su intencionalidad. Hoy desde el punto de vista ético y político, quienes la manejan han convertido todo en “un dato”. La sumatoria de los datos personales en red provocan hoy el problema ético de la privacidad de los individuos.
Esto introduce el tema de la coexistencia de semejante volumen de información con el concepto de la inteligencia artificial. Hemos pasado del “homo sapiens” a la simbiosis del “homo-máquina-sapiens”. El gran cuestionamiento ético y político es saber a quién se le está dando el poder de gestionar la tecnología de la inteligencia artificial. Es necesario entonces la creación de la cultura desde la esfera personal, familiar, comunitaria y política para que esas decisiones que hacen que la tecnología no sea neutra sea desarrollada con valores éticos para el bien de la humanidad y la ecología integral. Antes de establecer una política de privacidad se debe cambiar el objeto tecnológico en estudio de “dato” a “persona” o de la “sacralidad del dato”. Se requiere aprender una nueva metafísica y un nuevo análisis ontológico de la tecnología y del hombre. Debemos comprender que en el concepto del “big data”, la vida misma se transformó en solo información sin importar si el dato es artificial o natural. Por eso, el problema es la gestión del modelo tecnológico puesto al servicio del hombre o nosotros somos solo información para que la maquinaria artificial funcione. Se debe pensar en el plano de la consecuencia de esas decisiones las que siempre deberían partir en servir al hombre como cultura.
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