25 de mayo

Dejar la nostalgia y el pesimismo y dar lugar a nuestra sed de encuentro

Fragmento de la Homilía en la Catedral de Buenos Aires el 25 de mayo de 1999.  Card. Jorge Bergoglio

Una nueva celebración del incipiente comienzo de la conciencia patriótica, aquel Mayo de los argentinos, nos congrega para dar gracias por los dones de Dios Padre, dones por  lo que nuestros padres supieron–dura y trabajosamente– vivir, luchar y morir. Dar gracias lejos de la nostalgia estéril o del recuerdo formal desaprensivo, y dejar que este mismo Dios Padre nos sacuda en este fin del milenio y nos invite a buscar un nuevo horizonte. Dar gracias porque todavía resuena en esta Catedral (también “solar de mayo”) aquella invitación del Santo Padre en su visita a nuestra patria: “¡Argentina, levántate!”, a la que todo habitante de este suelo está invitado, más allá de su origen, y con la sola condición de tener buena voluntad para buscar el bien de este pueblo. Aquel “¡Argentina, levántate!”, invitación que hoy queremos volver a escuchar, constituía un diagnóstico y una esperanza…. Una pedagogía de la cercanía y del acompañamiento…

Los argentinos marchamos por nuestra historia acompañados por el don creado de las riquezas de nuestras tierras y por el Espíritu de Cristo reflejado en la mística y el esfuerzo de tantos que vivieron y trabajaron en este Hogar, en el testimonio silente de los que dan de su talento, su ética, su creatividad, su vida. ¡Este pueblo comprende hondamente lo que significa el amor a su tierra y la memoria de sus convicciones más profundas! En su religiosidad más íntima, en la siempre espontánea solidaridad, en sus luchas e iniciativas sociales, en su creatividad y capacidad de goce festivo y artístico, se refleja el Don de Vida del Resucitado.

Porque somos un pueblo capaz de sentir nuestra identidad más allá de las circunstancias y adversidades, somos un pueblo capaz de reconocernos en nuestros diversos rostros. Tanto talento no siempre se ha visto acompañado por proyectos con continuidad en el tiempo, ni logró convocar siempre la conciencia colectiva… El actual proceso de globalización parece desnudar agresivamente nuestras antinomias: un avance del poder económico y el lenguaje que lo asiste, que–en un interés y uso desmedido– ha acaparado grandes ámbitos de la vida nacional; mientras –como contrapartida– la mayoría de nuestros hombres y mujeres ve el peligro de perder en la práctica su autoestima, su sentido más profundo, su humanidad y sus posibilidades de acceder a una vida más digna….

No nos podemos permitir ser ingenuos: la sombra de una nube de desmembramiento social se asoma en el horizonte mientras diversos intereses juegan su partida, ajenos a las necesidades de todos. ..Sin embargo, este pueblo de fe supo cargar al hombro su destino cada vez que en la solidaridad y el trabajo forjó una amistad política de convivencia racial y social que marca nuestro estilo de vida. Los argentinos supimos “ser parte”, sentirnos “parte de”, supimos acercarnos y acompañarnos. Desde su capacidad de creatividad individual y colectiva, y desde su ímpetu de espontánea organización popular, nuestro pueblo ha conocido momentos fundantes de cambios civiles, políticos y sociales; logros culturales y científicos que nos sacaron del aislamiento y demostraron nuestros valores. Momentos que, en definitiva, nos dieron un sentido de identidad más allá de nuestra compleja composición étnica e histórica. Momentos en los que privó una conciencia de trabajo fraterno, a veces poco elaborado, pero siempre sentido y vivido hasta el heroísmo.

Por eso el llamado es a dejar el estéril historicismo manipulado por intereses o ideologismos o por meros criticismos destructivos. La historia apuesta a la verdad superior, a rememorar lo que nos une y construye, a los logros más que a los fracasos. Y mirando al dolor y al fracaso, que nuestra memoria sea para apostar a la paz y al derecho.. que nuestra memoria nos oriente a que predomine el interés común…

El llamado a la memoria histórica también nos pide profundizar nuestros logros más profundos, aquellos que no aparecen en la mirada rápida y superficial. No otro fue el esfuerzo de estos últimos tiempos por afirmar el sistema democrático superando las divisiones políticas, que parecían un hiato social casi insalvable: hoy se busca respetar las reglas y se acepta el diálogo como vía de convivencia cívica. .. dar lugar a nuestra sed de encuentro: …

El llamado evangélico de hoy nos pide refundar el vínculo social y político entre los argentinos. La sociedad política solamente perdura si se plantea como una vocación a satisfacer las necesidades humanas en común. Es el lugar del ciudadano. Ser ciudadano es sentirse citado, convocado a un bien, a una finalidad con sentido… y acudir a la cita. Si apostamos a una Argentina donde no estén todos sentados en la mesa, donde solamente unos pocos se benefician y el tejido social se destruye, donde las brechas se agrandan siendo que el sacrificio es de todos, entonces terminaremos siendo una sociedad camino al enfrentamiento.

Desde lo profundo de nuestra conciencia de pueblo solidario, este llamado a compartir el pan tiene su honda efervescencia. En la retaguardia de la superficialidad y del coyunturalismo inmediatista (flores que no dan fruto) existe un pueblo con memoria colectiva que no renuncia a caminar con la nobleza que lo caracteriza: los esfuerzos y emprendimientos comunitarios, el crecimiento de las iniciativas vecinales, el auge de tantos movimientos de ayuda mutua, están marcando la presencia de un signo de Dios en un torbellino de participación sin particularismos pocas veces visto en nuestro país. En la retaguardia hay un pueblo solidario, un pueblo dispuesto a levantarse una y otra vez. Un pueblo que no sólo acude a la necesidad de supervivencia, no sólo ignora las burocracias ineficientes, sino que quiere refundar el vínculo social; un pueblo que está llevando, casi sin saberlo, la virtud de ser socios en la búsqueda del bien común. Un pueblo que quiere conjurar la pobreza del vacío y la desesperanza. Un pueblo con memoria, memoria que no puede reducirse a un mero registro. Aquí está la grandeza de nuestro pueblo.

Advierto en nuestro pueblo argentino una fuerte conciencia de su dignidad. Es una conciencia que se ha ido moldeando en hitos significativos. Nuestro pueblo tiene alma, y porque podemos hablar del alma de un pueblo, podemos hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia. Hoy, en medio de los conflictos, este pueblo nos enseña que no hay que hacerle caso a aquellos que pretenden destilar la realidad en ideas, que no nos sirven los intelectuales sin talento, ni los eticistas sin bondad, sino que hay que apelar a lo hondo de nuestra dignidad como pueblo, apelar a nuestra sabiduría, apelar a nuestras reservas culturales. Es una verdadera revolución, no contra un sistema, sino interior; una revolución de memoria y ternura: memoria de las grandes gestas fundantes, heroicas… y memoria de los gestos sencillos que hemos mamado en familia. …

Para que esta fuerza que todos llevamos dentro y que es vínculo y vida se manifieste, es necesario que todos, y especialmente quienes tenemos una alta cuota de poder político, económico o cualquier tipo de influencia, renunciemos a aquellos intereses o abusos de los mismos que pretendan ir más allá del común bien que nos reúne; es necesario que asumamos, con talante austero y con grandeza, la misión que se nos impone. Nuestro pueblo, que sabe organizarse espontánea y naturalmente en la comunidad nacional protagonista de este nuevo vínculo social, pide un lugar de consulta, control y creativa participación en todos los ámbitos de la vida social que le incumben. Los dirigentes debemos acompañar esta vitalidad del nuevo vínculo. Potenciarlo y protegerlo puede llegar a ser nuestra principal misión. No resignemos nuestras ideas, utopías, propiedades ni derechos, sino renunciemos solamente a la pretensión de que sean únicos o absolutos. Todos estamos convidados a este encuentro, a realizar y compartir este fermento nuevo que –a la vez– es memoria revivificante de nuestra mejor historia de sacrificio solidario, de lucha libertaria y de integración social.

Aquel Mayo histórico, lleno de vaivenes e intereses en juego, supo congregar a todo el pueblo virreinal a una decisión común, iniciadora de otra historia. Quizás necesitemos sentir que la patria de todos es un nuevo Cabildo, una gran mesa de comunión donde, no ya la nostalgia desolada, sino el reconocimiento esperanzador, nos impulse a proclamar como los discípulos de Emaús: “¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Que arda nuestro corazón en deseos de vivir y crecer en este hogar propio sea la petición que acompañe esta acción de gracias al Padre y el compromiso de cumplir con su Palabra; convenciéndonos una vez más que el todo es superior a la parte, el tiempo superior al espacio, la realidad es superior a la idea y la unidad es superior al conflicto.

Card. Jorge Bergoglio s.j. 1999

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